No recuerdo el momento exacto en que dejé de dibujar, pero ocurrió, y ahora soy alguien que solo escribe. Puesto así, no sé si me gusta tanto. La sensación es de línea temporal perdida ¿Por qué me deshice de todo?. Quizá el apuro de volverse adulto, esa idea tontísima de que dibujar es para niños. La nostalgia de sí mismo se me apareció muy tarde. Pero recuerdo, sé muy bien cuáles eran mis áreas, mis leves virtudes, y por eso cuando hace unos minutos D me preguntó si tenía algo para este fanzine, se me ocurrió que podía dibujar por escrito esa memoria difusa.
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Mayormente copiaba. Grababa del Cartoon Network, pausaba el VHS, y reversionaba. Hacía a los Dos perros tontos con pistolas, vestía a Dexter con el uniforme del colegio, y así. A veces también calcaba. Ponía la hoja encima de la pantalla y marcaba los contornos. Así hice un póster de Los Simpsons, que decidí colorear con papel lustre cortado a la medida. La escena era de Otto a punto de chocar el bus escolar y Bart gritando con la lengua así en espíral. Ese póster aún existe, enmarcado, en alguna de las murallas de la casa de mi madre en Curicó.
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Pero no solo calcaba y copiaba. También inventaba. Dibujaba, por ejemplo, escenas de guerra, masacres de todo tipo, sobre todo en hojas de block gigante, especies de Buscando a Wally pero sin nada que buscar. De este género recuerdo dos dibujos: una invasión extraterrestre en una zona rural en la que habían decenas de focos: un platillo abduciendo a duras penas una vaca en un cerro, distintas razas alienígenas asesinando o siendo asesinadas por humanos, y así; el segundo lo recuerdo inacabado. Era una hoja de block dividida en doce recuadros y arriba el título FORMAS EXTRAÑAS DE MORIR. En el primer cuadro un basquetbolista degollaba de un rodillazo a su oponente mientras hacia una clavada. En el segundo un cocodrilo salía del water y engullía a un señor con los pantalones bajados. Nunca lo terminé.
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A los ocho años iba a la Radio Condell como coanimador de un programa infantil. Era los fines de semana y hablaba con otros niños que llamaban por teléfono para recitar poemas, contar chistes, cantar o hacer alguna gracia. Al final escogía mis favoritos. Me acuerdo que un día volví a la casa con una carpeta llena de dibujos de otros niños. Ganó el único en que había mucha sangre.
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Recuerdo la mesa ancha llena de primos y primas, cada uno en la suya, dibujando, pintando, recortando, pegando cuestiones con stick fix, inventando cómics. El tiempo detenido bajo el parrón la tarde previa a Navidad. Nuestra relación casi espiritual con Cartoon Network. El murmullo de los adultos como algo que ocurría en la misma casa pero a la vez en otro lado ¿Qué dibujaban mis primos? ¿Qué hablábamos mientras trabajábamos la diversión? Solo recuerdo el parrón, la hora de once, el queso que se derretía en una paila, y el tiempo detenido.
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Como en segundo medio debe haber sido que dibujé un cómic porno de Los Simpsons. De tanto copiar y calcar me había aprendido los personajes principales. Ni siquiera estaba tan avanzado, pero se lo pasé a alguien en el recreo y empezó a correr de mano en mano. Hasta que le llegó a un profesor. Me llevaron a inspectoría, me convencieron de que no tenía que malgastar mi talento. Supongo que por esos años me pasé a la poesía. A los pésimos poemas de la adolescencia.
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Puede que el último dibujo que haya hecho sea este que hice completamente enojado y de un tirón en mi penúltimo trabajo oficinístico:
(publicado originalmente en el segundo fanzine del Club)
Me encantó.